lunes, 19 de diciembre de 2011

DESDE LA CIUDAD DE ESPUMA


    Ana observa de cerca lo que hace mamá. Es algo interesante, sobre todo cuando echa la ropa y lentamente el agua con espuma la va tragando hasta hacer un bultico que gira en el fondo de la lavadora. Ana quiere ayudar, pero mamá no la deja por miedo a que se moje. Sólo en una ocasión la niña mete la mano y las burbujas resbalan como si se quebraran los huesos. Ana está desconcertada. Después un chorro de jabonadura sale por una esquina y los globitos transparentes saltan al aire.
    Por la noche Ana en su cama, con los ojos apretados, siente que alguien roza suavemente sus mejillas, piensa que es Toña, abre un ojo con cautela y seguidamente abre el otro. Del techo cuelga una inmensa burbuja de jabón, es como un espejo, todo el cuarto se refleja en ella en muchos colores y está tan firmemente agarrada que no se bambolea como ella siempre ha visto.
-Entra en la lavadora y allí me encontrarás- burbujea desde el techo.
-¿Quién eres?- y se incorpora asustada.
-Te espero- dice y con un ploc revienta y se pierde en la semi penumbra del cuarto.
    Al otro día Ana va al cuartico de desahogo, allí es donde mamá guarda la lavadora, junto a todos los trastos que molestan en la casa. Quita la tapa de la máquina y observa dos huecos, en uno se lava, en el otro se seca la ropa. Se introduce en el primero. ¡Hace mucho calor allá dentro! pero no sucede nada, defraudada sale del encierro. ¿Y si le echara agua y jabón? piensa.
-Voy a bañar a Sultán- dice a mamá que la ve dirigirse con todos los implementos al cuartico.
-¿Qué vas a hacer?- pregunta Toña siguiéndola.
-Voy a lavarme, ayúdame- responde Ana.
-Siempre uno se lava en el baño.
-Esta vez lo voy a hacer en la lavadora.
-No irás a meterte allá dentro ¿eh?
-Sí que lo voy a hacer- dice metiéndose en uno de los huecos lleno de agua -Alcánzame el jabón y cierra la tapa.
Toña espera sarcástica el resultado de tan peculiar baño.
-No quiere venir- dice Ana empapada, después de unos minutos de detener su respiración -Mejor la ponemos en la corriente.
-¡Te vas a marear con tantas vueltas!- exclama su hermana.
-Tenemos que probar -afirma buscando el cordón- Este no alcanza, trae los de los zapatos.
-¿Para unirlo?-
-¡Claro!- responde atareada.
Cuando la instalación está hecha, Ana se acerca y gira el botón, vertiginosamente se mueven las aguas.
-¡Ya está! Conéctala cuando yo esté adentro- dice.
-¡Espera!- grita Toña -Si te pasa algo ¿qué le digo a mamá?
-Que tenía un encuentro con una burbuja.
-¿Nada más?
-¿Y qué me va a pasar? ¿Eh? -indaga Ana molesta.
-Nada -suspira- pero debe ser difícil exprimirte.
    Ana se introduce en la lavadora, el agua sube y se derrama un poco. Toña espera a que los cabellos rubios desaparezcan y fija el cordón al tomacorriente. La máquina empieza a traquear, luego sigue funcionando con un ruido uniforme...
... Ana cierra los ojos, siente de repente convulsiones por todo el cuerpo y al lado de las costillas, donde está la rueda, un intenso dolor, que poco a poco se va haciendo costumbre. Abre los ojos, el jabón está haciendo círculos en el fondo y a ras del agua se forma una capa de espuma.
-¡Al fin llegaste!- murmuran al lado del oído.
Ana trata de girar el cuello pero está tan comprimida que deja de intentarlo.
-¿Quién eres?- pregunta atorada de agua.
-Burbujín ¿y tú?
-Una niña ¿no lo ves?- dice rápida, para no tragarse la espuma que ya la cubre.
-Traga, no te hará daño-
-¿Que no? -hace un esfuerzo- Tiene mal gusto.
-Es sosa y potasa- le responden.
Ana ve como una burbuja se sube a su nariz.
-No te asustes, soy yo, Burbujín.
Tiene ojos pequeños, boca grande y nada más.
-Eres bonito -dice Ana- Quiero ser tu amiga.
-Ya lo somos ¿Quieres ir a pasear?
-Así mojada ¿A dónde podría ir?
-A la ciudad de las espumas- sonríe la boca transparente.
-¿Es lejos?
-En el fondo del universo.
-¡Hum! ¿Iremos a pie o en avión?
-Yo te llevaré, pero tu cuerpo pesa mucho -hace una pausa- Irá sólo tu cabeza.
-¿Piensas cortármela?- dice Ana a punto de abrir la tapa y salir del encierro.
-No tengas miedo, será por un rato, ahora cierra los ojos y no pienses en nada.
    La niña cumple la orden, pero está atenta a todo movimiento del agua, porque eso de que el cuerpo esté en un sitio y la cabeza por otro, no le ha gustado nada. Repetidas veces traga saliva para sentir el puente que une una con el otro y no notando ningún malestar se tranquiliza.
-¿Burbujín?- llama manteniendo los ojos cerrados.
Aletazos de pájaros ensordecen sus oídos, sin poderse contener abre los ojos asustados.
-¡Hemos llegado!- dice Burbujín a su lado.
Lo primero que hace es mirar hacia abajo ¡que terrible! antes tenía brazos y piernas, ahora no están, sólo su cabecita flota al lado de Burbujín que ha crecido y es mucho mayor que ella.
-Dios mío ¡me caeré!- gime de miedo.
-Tu cabeza está dentro de una burbuja- responde éste.
    Ana entonces, mira adelante ¡qué maravilla! todo el horizonte está lleno de globos, grandes, pequeños, rojos, amarillos, azules, blancos, moviéndose en todas direcciones, más abajo está la ciudad, con sus cúpulas transparentes, sus casas redondas como glóbulos de aire, sus calles de corales y sus parques jabonados. De lo árboles no cuelgan hojas, sino gotas de rocío y los trenes que atraviesan las avenidas de norte a sur y de sur a norte, son hileras de pompas de jabón unidas entre sí y llevando por maquinistas a caballitos del diablo. Todo sentado sobre tranquilas aguas de un lago interminable.
-¿Y allá? -pregunta Ana- Esa gigante burbuja ¿qué es?
-Vamos, te enseñaré, es nuestra madre.
Se acercan a empujones de aire. Dentro de la campana de cristal, un majestuoso jabón los observa con ojos de no tener ni principio ni fin.
-Nos formamos por su constante roce con el agua -explica Burbujín.
-¿Y no se gasta?-
-No, porque es eterno.
    Ana de nuevo observa la ciudad bañada de espumas, limpia, hermosa ¡Sería tan bueno ser una pompa de jabón, correr tras las otras, mojarse en el lago y deslizarse por las calles!
-Y las burbujas ¿No mueren?- pregunta extrañada.
-Sí y no.
-¿Cómo van a morir y no morir y no morir y morir? ¿Es una broma? ¿O es que tienen alguna fórmula mágica?-
-No es así, una burbuja muere si traga mucha agua o aire, entonces se engorda, se engorda y Paaf, revienta porque su estructura se debilita, pero una burbuja puede reventar por su propio deseo, para desaparecer y su estructura aunque dispersa puede volver a formarse, al encontrar una gota de agua.
-¡Uf! ¡Que complicado! ¿Tú no serás tragón? ¿Eh?
    La sonrisa de Burbujín cubre todo el cuerpo y de un golpe de susto desaparece inmediatamente.
-¡Niña! Tenemos que apurarnos ¡el agua dejó de moverse!
-¿Qué agua?
-La de la lavadora.
-¡Ay! -verdaderamente asustada Ana- ¿Dejó de funcionar? ¡Mi madre! Toña abrirá la tapa y... ¡Me quedaré sin cuerpo!
-¡Cierra los ojos! pronto ¡Ciérralos!
    Ana, por otra vez, escucha el aleteo de millares de pájaros.
-¿Cuándo te veré?- interroga en un torbellino de aire lejano y sintiendo que el agua la ahoga.
-.....................
-Por favor ¡responde!
- ....................


-¿Acabarás de salir?- desde algún sitio le llega la voz de Toña.
    Ana emerge desde el fondo del aparato, tosiendo a intervalos y con los rizos rubios chorreados de agua y espuma.
-Estás temblando ¿tienes frío?
-¿Por qué no la hiciste funcionar de nuevo?- se le ocurre preguntar llorosa.
-¿Querías seguir ahí dentro?
-Estaba en la ciudad de las espumas con Burbujín.
-¡Que tontería! ¡Acaba de salir!
-¡Espera! vuelve a girar el botón- pide Ana.
-¡Ni lo pienses! voy a llamar a mamá, mira lo mojada que estás.
    Ana obedece de mala gana, el vestido se prende a la carne como moscas a un pastel.
-¿Por qué no entras tú y le dices a Burbujín que me espere mañana?
-¿Estás loca? Estoy muy gorda y no quepo en ese hueco.
-Te enseñará la ciudad -trata de convencerla Ana- ¡Verás que bonita es!
-¡No quiero ver nada! -habla Toña con firmeza- Te traeré la toalla para que te seques, también ropa.

    Cuando la noche toca a las ventanas de todas las casas, se encuentra que la pequeña Ana permanece arropada y con la carita a más no poder de roja, tomando la medicina que mamá le lleva a la cama.
-Ana quiere que todos vayan a verla -dice Toña a los amigos- Tiene algo fantástico que contarles.
    Los chicos puntuales, no faltan al llamado y se congregan alrededor de la enferma, después que ésta ha bebido todo el medicamento. La historia que escuchan les parece formidable, de esas que mantienen en vilo a los niños con un sabor de miedo y a la vez de curiosidad.
-¡Yo quiero ir!- dice Jesús emocionado.
-¡Irá Pepe!- responde Ana.
-¡Sí! ¡Sí! yo estoy muy de acuerdo- exclama éste en un arrebato de alegría.
-Eres flaco y más chiquito. Cabrás perfectamente-
-¿Y por qué tiene que meterse alguien en la lavadora? -pregunta Toña- Todos sabemos que no mientes.
    Ana fija la vista en su hermana y tal pareciera que es la primera vez que lo hace con tanto disgusto, después su mirada se suaviza.
-Prepara la máquina como la otra vez- dice autoritaria -Y que mamá no sospeche nada.
-¿Me enfermaré como tú?- indaga Pepe, pensando que eso es lo único malo de la aventura.
-Seguro ¿pero eso qué puede importar?
-A mí, con seguridad me va a importar- musita despacio. Toña regresa al cabo de unos minutos a velocidad de patines.
-Apúrense, mamá está en el portal hablando con la vecina.
    En puntitas de pie se van al patio, Sultán al ver pasar la comitiva se despereza y ladra alegremente.
-¡Ven! ¡Ven!- repara Ana y lo lleva consigo.
    Entran al oscuro ambiente de trastos del cuartico.
-Ya puedes meterte- dice Ana a Pepe.
-¿Con ropas?-
-Sí, sí- responde la rubia envuelta en la sábana y aun sosteniendo a Sultán -La gorra puedes quitártela.
-Está bien, pero si me sucede algo, grito.
-Todo lo que quieras- contesta Jesús un poco contrariado por la elección de Ana.
   Pepe cierra la tapa tras él y Toña gira el botón de encendido para que el aparato haga su tarea. Todos esperan con los sentidos a punto de encabritarse. Sultán sospecha que está prohibido hacer ruido y deja de mover el rabo.
-¡Ya se está formando espuma!- susurra Ana con los ojos pegados a la hendidura de la tapa.
-Burbujín ahora, debe estar hablando con él- asegura Ramón.
-Luego le arrancará la cabeza y se lo llevará al fondo del universo- musita irónica Toña.
-Debías haberte metido tú -la regaña Ana- Para que veas que es verdad.
    Están impacientes, el botón lentamente ha regresado a su posición inicial.
-Ya se está acabando el tiempo- advierte Jesús, y traga un litro de aire de una sola vez.
   El clic suena y la máquina deja de moverse. Ana impide con un gesto que abran la tapa.
-Vamos a dar tiempo a que regrese- explica.
   Pero es el propio Pepe quien saca la cabeza mojada y sacude el cuerpo lleno de espuma.
-¿Lo viste?- le sacude Ana sin esperar más.
-¿Te llevó?- inquiere Ramón ayudándolo a salir.
    Pero Pepe está visiblemente enfadado.
-¡Nada! ¡Nada! ¡Como tonto esperando y nada!
    Ana no puede creer lo que oye, deja libre a Sultán y se asoma al agua con espuma, allí popular miles de burbujas. ¿Dónde estaría Burbujín?
-¡Es imposible!- habla entre dientes y la carita parece una hoguera, pronto a estallar.
   Sus amigos afirman, arrepentidos un poco de haber creído la historia y también apenados de haber roto las ilusiones de la enferma. Pepe se quita la camisa y la exprime, aún el disgusto permanece en sus ojos.
-¡Aquí estoy niña!- tintinea una campanilla de jabón.
    Y ante ellos se eleva una forma redonda, transparente en su interior, con dos ojitos pequeños y una boca enorme, para engullirse sus sonrisas.

Por SRM

EN LOS CAMINOS DEL AIRE

    La idea de volar se creció en el grupo, después que se posó en el estadio, el averrojo plateado más gordo y grande que ellos habían visto. ¡Todo un acontecimiento!
Los muchachos se retorcían por las paredes de cemento tratando de botar los ojos del otro lado y el policía que cuidaba la entrada, daba gritos para contener la masa que se le venía encima.
    Debido a un desperfecto en los motores aterrizó en el pueblo. Allí estuvo tres días. Suficientes, claro está, para que Toña y Ana hicieran el plano del avión que ellos tenían en proyecto.
    Después de clases, Pepe, Jesús y Ramón, con el firme propósito de llevar la tarea a cabo, merodeaban los alrededores del pueblo, para recolectar los materiales necesarios: pedazos de soga, nylon, puntillas y etc. Lo escondieron todo en el refugio del propio estadio, que sólo era concurrido muy de tarde en tarde, cuando algún pueblo vecino desafiaba al suyo para un juego de beisbol.
-En unos días terminaremos -dijo Jesús, convertido en el ingeniero de vuelo- Para el domingo estará listo- dictaminó después.
-¿No falta nada?- preguntó Ana entusiasmada por lo sencillo que había resultado.
-El timón, pero puedo conseguirlo- repuso Jesús.
-Me preocupa la cabina -dijo Pepe- No cabremos todos.
-Pero nosotras... ¡no queremos volar!- dijeron las niñas asustadas.
-Será para uno solo- explicó Ramón.
Todas las tardes marchaban al refugio y poco a poco, con ayuda de cujes, terminaron el esqueleto del ave que surcaría los espacios.
-Dicen que después de las nubes, todo es oscuro -aseguró Toña- Deben llevar una linterna, para que no tropiecen con las truchas.
-¿Truchas?
-Las hay grandísimas y no tienen espinas, porque no viven en el agua, que es la que las forma, así me dijo Paco el pinto y también que cuando hace mucho viento, se unen todas las nubes y es como si se acabara el mundo y después de ellas el sol alumbra tan fuerte que arranca las tiras de la piel y las personas quedan como esqueletos caminantes.
-Eso es, si logramos traspasar las nubes, que no es cosa fácil, imagínense infladas de agua, de tocarlas reventarán- dijo Pepe.
-Llevaremos sombrillas- afirmó Ramón.
-¡Será tan lindo volar! -suspiró Ana- Desde arriba se verá la iglesia, el parque, la playa y todas las ciudades del mundo, con sus edificios altos, tan pequeñitos, pequeñitos, que cabrían en un tablero de ajedrez.
    El avión fue terminado antes del plazo fijado. Ese día amaneció muy tranquilo. Ana y Toña se aparecieron con galletas y un cartucho de mamoncillos, Pepe trajo una linterna, Ramón una sombrilla y Jesús un cuchillo y un tira flechas (por aquello de las truchas).



    Con mucho esfuerzo sacaron del refugio el ave de sus sueños y lo escalaron hasta lo altísimo de las gradas, a un paso del vacío. A última hora se percataron que las alas no obedecían al timón, o sea, que éstas se movían independientes con una soga que atravesaba horizontal. Pero era una nimiedad, para apagar las ilusiones de verlo remontarse en el espacio.
-Ya está listo- dijo Jesús palmeando con la mano, gotas de sudor que resbalaban por su cuello.
    Era hermoso, con sus colores de madera seca, sus alas abiertas forradas de tela (mérito de Pepe que trajo unas cortinas viejas) y entre ellas, la cabina para una persona. Como detalle final, dos rueditas de velocípedo para el aterrizaje.
-¿Quién volará?- preguntaron las chicas, confiadas en que en ellas no caería la elección.
Los niños se miraron
-Los tres estamos dispuestos -dijo Pepe.
-Tiene que ser uno, bien que lo saben -aclaró Toña, como si ellos no lo hubieran pensado miles de veces -¡Que dé un paso al frente, el comandante de esta nave!
No se movieron los niños.
-¿Comandante has dicho?
-Puede que con los grados alguno se anime- sonrió la pícara.
-Podría ser yo... pero...- musitó Pepe.
-¡O yo!- exclamó Jesús rascándose la cabeza.
-Tendremos que dejar el vuelo para otro día -suspiró Ana- Ya tenemos el avión, pero falta lo más importante.
-¡Yo volaré!- al fin decidió Ramón y se sentó en la cabina.
    Por un momento Jesús y Pepe lo observaron con envidia ¿por qué no habrían montado ellos? Ya era tarde, ahora se quedarían en tierra mirando como el avión subía y subía tragando retazos del horizonte. Las niñas apresuradas por un posible arrepentimiento, acomodaron la carga entre las piernas del piloto.
-Tráeme el pomo aquel- pidió Ramón.
-¿Qué es?- preguntó Ana, divisándolo en una esquina.
-Mi lagartija, volará conmigo.
El animalito asustado apoyaba las manos en las paredes del cristal, mientras su cola se enrollaba en el fondo ambarino del pomo.
-¡Oh no! ¡No puede ser! -exclamó Jesús- Tiene mucho peso el avión, si sigues cargando cosas se caerá.
-Está bien -dijo Ramón quitándose los zapatos- En lugar de ellos irá la lagartija.
-No puedes volar sin zapatos -afirmó Ana- Quién sabe si en las nubes hay puntillas o piedras puntiagudas...
-Le prometí que la llevaría- explicó Ramón, sin saber que hacer -¿Y si dejo los espejuelos?-
-Perderás el rumbo, mejor en el próximo vuelo- trata de consolarlo Jesús.
-¡Vamos! ¡Vamos! no se demoren más -gritó Pepe desde la cola del avión- Ahora está haciendo aire.
-Quédate con ella -dijo Ramón a Ana- Si demoro mucho en volver, lava el pomo y échale moscas vivas.
-No te preocupes, la cuidaré- prometió la chica.
-¡Adiós amigos!- exclamó Ramón adoptando mucha seriedad -Ya pueden empujar.
    Los niños fueron hacia la cola y empujando, empujando, echaron el avión al vacío. Ana se sorprendió de no verlo al instante en el horizonte, Toña se puso las manos como visera buscándolo en las nubes cercanas. Pepe y Jesús, cerraron los ojos arrepentidos una vez más de quedarse y con la absoluta seguridad que al abrirlos, el ave dorada estaría más allá de su alcance.
Pero se oyó el estruendo abajo, como si se desgajara un edificio y un grito apagado, con sabor a escombros, los asomó por encima de los siete metros. Allí estaba Ramón, con el peso de maderas, telas y palos aplastando su cuerpo y con unos quejidos bajos, como pidiendo a las nubes que lo dejaran pasar.

    Ramón está en el hospital, con fracturas en ambas piernas y un brazo, tiene el cuerpo vendado y la cabeza envuelta en chichones. Con ayuda de almohadas puede sentarse junto a la ventana y observar por donde sale el sol, las piruetas de las nubes y por donde cae la noche. Ahora que puede recibir visitas, Ramón espera la llegada de sus amigos con impaciencia.
    Ellos sin embargo, han estado buscando por todo el pueblo un ramillete de globos, o mejor dicho, cinco globos, pero no de esos que cuando se inflan corren detrás de uno, no. Ellos quieren de los otros, los que salen en la televisión, que sujetos con un cordel, quedan paraditos, provocando al aire. Y miren que cosas, que el mismo Paco el pinto, le consigue los globos, inflados con aire caliente, dice él. Rojo, azul, amarillo, verde y el último pespunteado con todos los colores del pavo real.
-¡Ahora sí podemos hacerle la visita a Ramón!- exclama Toña.
También le han pedido a Paco el pinto, que escriba sus nombres en cada uno de ellos.
-El pespunteado es el más bonito -dice Jesús- Será el de Ramón.
    Y allá van con los globos y el pomo donde guardan la lagartija, hacia el hospital. Suerte que la enfermera, gorrito blanco, manos de espuma, se hace la de la vista gorda y los deja pasar a todos en burujón.
-Gracias, tía- dicen ellos.

    Ramón está solo ¡La carita de alegría que pone cuando los ve!
Todos lo besan, porque a esa edad aún no se extiende la mano.
-¿Cómo estás Comandante?- dice Ana radiante.
-El avión no voló- responde esperando un reproche.
-Eso lo sabemos- exclama Jesús -Pero hoy tenemos otro vuelo.
-¡Oh, no! -gime Ramón- Volar otra vez ¡no!
Los niños salen al pasillo y entran con las manos florecidas de globos.
-¡Qué lindos!- exclama admirado el enfermo.
-¡Y mira a quien traje aquí! -habla Ana sacando el envase de cristal.
-¡Mi lagartija! -ríe Ramón- ¿Le has dado de comer?
-¿No la ves más gorda? -pregunta Ana- Hasta un vestido le hice, pero la muy caprichosa no quiso ponérselo. Te ha extrañado mucho por el asunto ese de las moscas ¡No son tan fáciles de coger vivas!
-¿Y qué le has dado de comer?- pregunta preocupado Ramón, haciendo un esfuerzo en la cama para incorporarse.
-Pan mojado y caramelos ¡le encantan!
-¡Oh! -gime Jesús- ¡Pobrecita!
-¿De qué te quejas? no ves lo bien que se conserva- responde Toña.
-Bueno muchachos, ahora ¡la sorpresa!- avisa Pepe.
-¿Una sorpresa?-
-Sí, pero tienes que cerrar los ojos -dice Jesús- Voy a vendarte con este pañuelo.
-No es necesario, no miraré- afirma Ramón, pensando en algún pastel, escondido en los bolsillos de Pepe.
-Tú no, pero los ojos son muy curiosos y a lo mejor, hasta quieran mirar.
    Ramón apoya la cabeza en la almohada y deja que le venden mientras tanto Ana saca la lagartija y la escarrancha sobre la cama. Toña acerca los globos y el rojo y el azul son atados a las dos paticas delanteras, el amarillo y el verde a las dos de atrás.
-¿Y éste?- pregunta con el globo pespunteado.
-Por la barriga- dice Jesús.
Suavemente pasan el cordel por debajo y hacen un lazo alrededor del hinchado vientre.
-¡Ya está! Llévala a la ventana -dice Pepe.
Jesús desata el pañuelo.
-Ya puedes mirar- dice a Ramón.
    El enfermo busca la sorpresa por todas las esquinas, hasta que sus ojos chocan contra la ventana.
-¡Oh! ¡Mi lagartija!- exclama alegre y sorprendido.
Ana retira las manos del animal y una fuerza misteriosa la balancea primero y después la eleva, hasta que casi toca el techo. Los chicos piensan que la aviadora pretende maniobrar dentro del cuarto, pero de un golpe de aire, suave sale por la ventana, desafiando a los pájaros, en un vuelo eterno.

Por SRM

Ramón busca un Oricha


    Ramón es el chico morenito de mi historia. Es inquieto, hablador y tiene el don de prever las cosas más fantásticas que pueden sucederle a cualquiera.
En el barrio donde vive, algunos niños le dicen cuatro ojos, porque usa espejuelos. Ramón no les hace caso, porque son niños que se burlan de los defectos de los demás, y eso no está bien, dice la abuela.
    La abuela de Ramón es una viejecita adorable. Por la mañana huele a dulces, cebollas fritas y potajes, por la noche, en cambio huele a tabaco y a cuentos para él. Tal pareciera que de cada arruga brotaran serpientes, elefantes, gigantes hormigas y príncipes valientes para reunirse junto a la cama y caminar con ellos, hasta la hora de dormir.
    En un rincón del cuarto de la abuela, hay una mesita colgada del techo llena de objetos extraños. Ramón siempre que entra, se queda un poco temeroso. Campanillas, un colmillo grande, una corona de papel blanco brillante, un vaso de agua, un plato con merengues, ¡tan ricos que son! piensa Ramón. En medio de todo esto, rodeada de algodón está una paloma, que parece viva y que mira siempre a una misma dirección.
    La abuela le ha prohibido acercarse a ella.
-El Oricha no se puede tocar- le dice
-¿Qué es un Oricha?- pregunta Ramón
-Es Obbatalá, el dios de la justicia, el guía de la verdad.
-¿Qué es un dios?
    Abuela no se impacienta con las preguntas del niño, lo lleva hasta una silla y lo sienta sobre sus rodillas.
-Un dios es un rey, cuando la calabaza del mundo, se partió en dos, a Obbatalá le perteneció la parte de arriba. Obbatalá es el comienzo de todo.
-¿Y por qué lo tienes aquí?
-Porque es mío- dice la abuela.
    Ramón está preocupado. Su abuela tiene un Oricha, un collar blanco, de perlas grandísimas y se viste con ropas blancas, de vuelos grandotes.
-¿Y por qué yo no tengo?
   La abuela se ríe y su cara se hace manantial de aguas puras.
-Eres pequeño, algún día lo tendrás.
    Pero Ramón no se conforma, él quiere tener un Oricha, ponerlo en su cuarto, para que lo guíe, le diga la verdad y le enseñe los caminos; Quiere vestirse siempre de un mismo color y también tener un collar.
    Hace días que Ramón está buscando un Oricha, piensa que cuando lo encuentre, estará más seguro y verá la vida desde una bola de cristal. Quizás sea un caracol o una lagartija ¿cómo saberlo?
Ramón hace un camino de diminutas piedras desde el jardín hasta el fondo del patio, las hormigas avanzan lentamente por él. Le gusta hacer cosa útiles, ahora las hormigas no hundirán sus patas en el lodo cuando llueva. Ramón oye gritos en la calle, se asoma, ve a los muchachos que vienen corriendo y se esconde rápido detrás de la columna, son los niños que le gritan siempre.
   De todas formas lo descubren.
-¡Hey! ¡Cuatro ojos sal de ahí!
-¡Negrito miedoso!
-¡Cuatro ojos! ¡Cuatro ojos!
    Y siguen calle abajo, corriendo, empujándose, sin importarles el tráfico y la gente. Son malos, piensa Ramón, quizás si yo tuviese un Oricha que me proteja, no se atreverían a gritarme. Podría decirlo a mamá y a papá, ¡Pero que va!, él no es cobarde.
Ramón se sienta junto a la vereda de las hormigas, piensa, piensa. Se le ha ocurrido algo. Se levanta decidido. Ya verán mañana esos grandulones, les dice a sus hormigas.
    La mañana es asfixiante. Ramón riega en el jardín las plantas de mamá. El sol no ha querido moverse de donde está, tira los rayos con enojo y parece que no tiene apuro en irse, la tierra pobrecita, gime reseca con tanto calor. Ramón siente el murmullo con que traga los chorritos de agua que brotan de la regadera.
Por la ventana de la cocina sale una canción.

Quién no me quiera
se volverá una rana
y saltará,
saltará,
saltará
Se volverá un mono
de una sola pata
y cojeará,
cojeará,
cojeará.

    La abuela sabe que a Ramón le gusta esa canción, el niño la tararea: saltará, saltará y cojeará, cojeará.
   Siente Ramón gritos en la calle. Ahí están los grandulones. Se pone cerca del montón de piedras que ha traído desde el patio y sigue regando las plantas. Las piernas corren y los gritos se detienen un poco más allá del jardín. Es extraño. No han gritado hoy -piensa Ramón. Deja la regadera y se asoma. Allí están. Han hecho un círculo a una niña llorosa que aprieta contra su pecho, unos libros.
-Es mío, no se los voy a dar- grita la niña.
Uno de ellos se acerca y la empuja, el otro trata de abrirle los brazos, la niña cae al suelo.
Ramón está sorprendido ¡maltratando a una niña! No lo piensa mucho, se acerca a la pila y toma puntería ¡Pum! ¡Pum! Llueven las piedras. Los muchachos miran a todos lados.
-Por allí, es cuatro ojos- dice uno.
    La niña se levanta y se aparta un poco. Los grandulones ya la han olvidado, ahora recogen las piedras y las lanzan de regreso al jardín, rebotan en las paredes, en las columnas, pero no alcanzan a Ramón.
-¿Qué pasa, qué pasa?- el revuelo de la falda blanca se asoma en el jardín -¿Qué están haciendo?-
Es la abuela. Los muchachos se detienen y echan a correr, el último se ha acercado a la niña y la empuja de nuevo. Esta vez no cae, pero los libros saltan de sus manos y se desparraman por la acera. Una última piedra le da en una pierna y al fin corre tras los otros. La abuela sale a la calle.
-¡Qué barbaridad! muchachos malcriados ¿te han hecho daño? -pregunta.
Ramón se acerca y en silencio ayuda a recoger los libros. La niña de nuevo llora.
-Tranquilízate. Ya se fueron. Ven, entra, no puedes llegar a tu casa llorando- dice la abuela y la toma por la mano.
    Ramón recoge las piedras dispersas y de nuevo forma la pila. La abuela de seguro lo regañará más tarde y se lo contará a sus padres. Se sienta en el muro del portal a horcajadas. Al rato la niña sale.
-Querían cogerme el libro que me regaló papá- dice
-¿Es lindo?- pregunta Ramón sin mucho interés.
La niña se sienta con él, en el muro.
-Sí, míralo.
    Busca entre las libretas y lo pone encima de las piernas de él. Ramón no ha visto cosa igual, las páginas son duras y brillantes como espejos, hay muchas figuras, leones, jirafas, flores, estrellas, también un tren largo, largo y enjambres de automóviles. Queda maravillado. ¿Cómo un libro puede tener tantas cosas lindas?
-Tiene cuentos también- dice la niña.
-¿Y qué dicen los cuentos?- pregunta Ramón moviendo las hojas.
-Todas las cosas buenas y malas del mundo.
-¿Todas? ¿Todas?
- Todas.
    He aquí un descubrimiento -piensa Ramón.
-¿No sabes leer?
-No- contesta Ramón entristecido.
-Cuando vayas la escuela aprenderás- dice la niña liberándose de los zapatos -Te voy a leer algunos-.
    Ramón mueve la cabeza y su sonrisa es un cascabel dibujado en las láminas de espejo.
-Había una vez... lee la niña. Y Ramón sigue con atención el semillero de letras apretadas. Cuando termina una hoja, la niña con esmero mete el dedo en la boca, lo moja bien y después lo pega a la puntica final para voltearla, a Ramón le parece un gesto de mucha elegancia. ¡Pero qué fantástico! ... Ramón casi ni respira, cuando el leopardo abre la boca para comerse al conejo, es cuando llegan sus amigos y entre todos vencen al leopardo.
-¿Otro cuento?
-Otro. -pide Ramón.

    Y la niña lee y lee, Ramón no se cansa de escuchar. Ahora son tres monos que por no obedecer al jefe de la manada se pierden en el bosque. Ramón mena la cabeza con disgusto, ahora se los comerá el leopardo, piensa, pero no, caen en un profundo hueco y pasan toda la noche llorando de hambre y frío, hasta que la manada los encuentra. Ramón suspira aliviado.
    La niña cierra el libro.
-Tengo que ir a almorzar- dice.
Los ojos de Ramón van del libro a la niña, de la niña al libro. No desea que ella se vaya, quiere seguir escuchando y ver las figuras.     
    La niña se baja del muro y busca los zapatos.
-¿Quieres que te lo preste?-
Que alegría la de Ramón ¡Claro que quiere!
-Yo vivo en la otra esquina -dice la pequeña-. Mañana cuando salga de la escuela vengo a leerte más cuentos, pero tienes que cuidarlo.
-Sí, sí- responde Ramón muy serio.
    La niña se rasca la cabeza, lo mira y sale del portal con la mano extendida.
-Ven mañana- pide Ramón
    Después sigue con la vista la figurita que se pierde al final de la calle. Ramón piensa, piensa que...
Rápido entra a la cocina donde la abuela está terminando el almuerzo.
-Abuela ya encontré mi Oricha- dice con júbilo escondiendo el libro tras la espalda.

Por SRM

sábado, 17 de diciembre de 2011

PEPE Y LA ARAÑA CON ALAS


La tristeza es una araña con alas que nace en el corazón y cuando se cansa de vagar por los huesos, se asoma en los ojos y todo el tiempo aletea, aletea. Pepe siente la araña en su cuerpo, su huella húmeda y sus alas aleteando por saltar a la mañana. Y no hace nada, simplemente se está quieto y callado, ni siquiera abre la ventana para que reviente el sol en los rincones.
Anoche tuvo un sueño. Eran enormes caballos de crines rojas al viento, trotaban con furia y de los cascos saltaba polvo de estrellas. Su primera intención fue montar al más brioso y llegarse al infinito, allá a donde está mamá. Estuvo mucho tiempo corriendo tras ellos pero cuando se acercaba y estaba a punto de colgarse de sus colas, desaparecían en el poniente lejano. Ya había desistido de correr, se sentó sobre una nube y esperó a que volvieran para enviarles un adiós, entonces los caballos se acercaron despacio y se tragaron en sus ojos.
-¿Me llevas? -preguntó Pepe a uno.
-Vamos, hijo mío -respondió el caballo con voz de mamá.
Pepe retrocedió asustado, ¡mamá! Miró al otro caballo y en sus ojos, los ojos de mamá, y en el otro, el pelo de mamá y en el otro ¡todos eran mamá!
Ya hace tiempo de eso, quiero decir, de que mamá se fue. El padre dijo que demoraría en volver, pero nunca dijo que se quedaría. Pepe espera porque sabe que la muerte (que es un gigante con una pezuña en la frente) gusta de llevarse a los ancianos y a los enfermos, a los que están en la guerra y a los niños que cruzan la calle sin mirar el semáforo, el gigante tiene gustos peculiares pero a mamá ¿por qué habría de llevársela? Mamá estaba soñando en medio de muchas flores, (si hasta notó la sonrisa) cuando por última vez la vio. El guarda una foto de ella, así de pequeñita, en su escaparate.
Con papá es distinto. Un tiempo vivieron con la abuela, allá en el central. Y pasaba las horas leyendo las formas difusas de la locomotora, arrastrándose por la línea, como si fuera a marcharse tras ellas. Después volvieron a casa. Esperando la aparición por una ventana, la sonrisa en el jardín. Hasta que año después trajo a Gladis.
-Mira Pepe, ella vendrá a vivir con nosotros, cuidará de ti, te llevará a pasear, te hará pasteles y... -Papá dejó de hablar.
-¿Y se irá cuando vuelva mamá? -preguntó el niño.
Gladis es una muchacha muy buena. Pepe lo sabe.
Siempre está pendiente de sus deseos, lo mira con ojos de almíbar y la semana pasada le regaló un oso.
-No me gusta -dijo Pepe y lo lanzó al piso.
-¡Pobrecito!, no ves que puede golpearse -Gladis recogió al muñeco y lo sentó en la cama.
-¿Sabes de donde viene este pequeño?
-De la tienda- dijo Pepe y los cabellos rojos amenazaron con saltar de la frente.
-No, no, te equivocas. Me lo encontré ahora mismo en el patio. Si supieras lo que me ha contado.
-Los muñecos no hablan- respondió Pepe malhumorado.
-No hablan, si tú lo tiras a un rincón y no le prestas atención, en cambio si lo mimas, le das cariño y juegas con él, te contará muchísimas cosas.
Pepe ha comenzado a interesarse.
-Este osito viene de un país donde hay mucho frío, fíjate si es así, que cuando los niños lloran, las lágrimas se congelan en los cachetes y caen en pedacitos de hielo. El osito no le teme al frío porque cuando nació, su mamá le tejió un traje de terciopelo tan fuerte, que el hielo chorrea por su piel y no lo toca. El osito tenía una hermana que quería mucho, también tenía un papá y una mamá, todos vivían en una casa de hielo. Por las tardes el osito y su hermana salían de paseo y retozaban en la llanura blanca. Su mamá siempre les advertía que no se alejasen mucho de la casa. Un día los ositos contemplaban la caída de la tarde, temerosos que cayese sobre ellos, pero no, la noche quedó colgada por encima de sus cabezas, y las estrellas empezaron a asomarse desde el fondo del cielo. Así estaban, cuando una luz de repente atravesó el horizonte.
-¿Qué es? -preguntó la hermana.
-Un lucero -dijo el osito.
-¿Un lucero? qué bonito, quisiera tener uno.
El osito miró la luz que iba perdiéndose muy lejos y dijo: Te lo buscaré.
-No podrás, corre mucho -contestó la hermana.
El osito se levantó.
-Espérame aquí, correré más que él -y se alejó.
La hermana le esperó mucho tiempo. Cuando se disponía a marcharse, ya las estrellas estaban desteñidas y el sol casi, casi estaba montado en la línea del horizonte. De pronto sintió ladridos de perros, se asustó mucho la osita y corrió con fuerzas, pero el perro salvaje la alcanzó y de una sola mordida le oprimió el corazón. Este se derritió gota a gota en la nieve, después tiró de ella y se la llevó a su madriguera. Los padres y los demás hermanos los buscaron por todas partes. Cuando el viento cambió de rumbo y los hielos se hicieron más frágiles para caminar sobre ellos, la familia del osito marchó al sur y allí hicieron otra casa. Una tarde el osito regresó, en su boca traía una bola de fuego, venía muy cansado y se sorprendió que su hermana no estuviera esperándolo. Despacio fue hasta la casa, pero como no vio a nadie se sentó frente a ella y comenzó a llorar, fueron tan grandes los sollozos y los lamentos que la boca se abrió y la bola de fuego se escapó de nuevo al cielo y se perdió. El osito comprendió que se había quedado solo. Caminó y caminó, atravesó montañas, ríos, mares y esta mañana llegó a nuestro patio, lo encontré dormido sobre las rosas.
Los ojos del osito se derriten en el techo. Pepe lo acerca a él, con cuidado.
-¿Harías eso por una hermana?- pregunta Gladis.
-Sí, -responde Pepe hurgando en el cuerpo peludo.
-¿Entonces te gustaría tener una hermana? -de nuevo pregunta Gladis.
Pepe medita los inconvenientes que trae consigo el tener una hermanita, llantos en la noche, tendría que prestar sus juguetes y llevarla a pasear en el coche, compartir el cuarto y enseñarla a jugar ¡Ufff!
-No sé, tengo que decirle a mi papá -contesta.
-Bueno, aquí te dejo al osito ¿qué nombre le vas a poner?
-¿No te dijo como se llamaba? -extrañado indaga.
Gladis sonríe. Pepe quisiera que nunca lo hiciera, porque la sonrisa de ella es como una gaviota que abre las alas en busca de cariño y él no desea querer a Gladis.
-Sí, me dijo que se llamaba Lako.
Ahora Pepe no está solo, tiene a Lako, que sube a la ventana con él y allí se entretienen con el libro de cuentos. Es cierto que no ha querido hablar el osito, pero Pepe nota, cuando hojean las páginas de colores, la alegría de sus ojos al detenerse en un mismo dibujo: Las llanuras blancas del polo.
Ahora la araña, que es decir, la tristeza, no ha querido salir a los ojos, ha preferido quedarse sentada en el corazón.
Esta tarde Gladis entra en el cuarto con un paquete en las manos. Pepe sospecha que es un regalo.
-No lo quiero- dice y se va a la ventana.
-Es tuyo, debes cogerlo -responde Gladis y se marcha sin hacer ruido, dejando el paquete sobre la cama.

¿Curiosidad? Pepe se acerca, está a punto de tocarlo, pero repentinamente se aleja, da vueltas por el cuarto, va hasta la puerta y oye los pasos de Gladis en la cocina, vuelve a la cama y rápido desenvuelve el regalo.
Es ella, ¡mamá! grande, hermosa, en un lindo cuadro. Con sus ojos de decir muchas cosas, con sus labios de tantos besos, la misma mamá de siempre, la mamá de la foto chiquita. Aprieta el cristal contra su pecho.
¡Claro que vendrá!

Por SRM

JESUS Y EL HOMBRE DEL SACO


Jesús ya tiene siete años, es un niño fuerte y casi obediente, más bien por esto sus padres permiten que visite la casa del tío Juan.
El tío Juan vive en el campo y el campo para Jesús, es un fantástico mundo de árboles y animales encantados. Cuando nació y quedó perplejo de los muchos colores que saltaban en todas partes, no imaginó que el amanecer en casa del tío Juan, sería aún más hermoso.
En los libros, los dibujos estaban cosidos a las páginas y los colores, aunque brillaban no tenían cuerpo para moverse y brincar. Pero allí sí, podía incluso, atraparlos y llenar los ojos todo el tiempo que quisiera.
-¿Por qué se mueve el sol, mamá?- preguntó un día.
- Porque hay un duendecito que lo tiene atado a un cordel, así como a un papalote y lo va empinando y empinando, hasta que cae por el otro lado.
Pero Jesús sabe que el sol, no se puede atar, que va caminando todo el día, porque quiere iluminar las aulas de las escuelas, bañar los parques y las calles, y cuando se va, no es porque está cansado sino que asoma por la otra cara del mundo a despertar a otros niños que están durmiendo en lugares muy remotos.
En todas partes el sol, retozón por las ventanas, haciendo piruetas por las paredes, caminando con él y su tío Juan que trae un caballo blanco para cabalgar hasta la cooperativa.
-Esto es un sembrado de frijoles- dice el tío.
Son soldaditos verdes, todos en una formación perfecta, si hasta puede verle sus fusiles levantados al viento y el lejano saludo de sus hojas.
Después los campos de tomates, como gotas de acuarela en la tierra húmeda y los boniatos, tejiendo, tejiendo en todas direcciones, en una madeja infinita. Y los cerdos, grandotes, rosados, escondiendo de vergüenza, sus hocicos en la tierra. Pero también los hay blancos, allá en el poniente y es una lástima que corran tan rápido, asustados por aquel oso, que quiere atraparlos, pero el viento es bueno, sopla fuerte y casi, casi llega, pero no, la cabezota se deforma, las patas se separan y he aquí, que ahora es un bello corcel. Y quien sabe, si Jesús tuviera tiempo de seguir observando, vería los cerditos blancos galopando en la llanura recién lavada del cielo.
El tío Juan está apurado y sólo le enseña una parte de la cooperativa, pero otro día vendrán y se reunirán debajo de los árboles a almorzar con sus compañeros de trabajo.
Cuando regresan, Jesús pide al tío que lo deje, antes de llegar a casa; le gusta respirar a sorbos el camino y está pensando en algún pajarito que pueda encontrarse. El tío Juan se aleja porque sabe que después del campo de arroz, está la casa y porque piensa que el niño será muy feliz sintiéndose dueño de todos los encantos de la mañana.
Solo. Jesús con sus ojos de mirar horizontes, descubre al hombre en medio del arrozal. Tiene un sombrero viejo, un pantalón raído y sus manos abiertas, parecen preguntarle algo. Se acerca, ¿quién será? Los pasos de siete años se detienen ante la figura muda y cansada, sabe que no es un hombre de huesos y de piel como él y los demás, que es un muñeco. En su cabecita despierta la idea de tenerlo para sí. Quizás pueda hacer que se mueva y hable. Jesús no ha tenido un juguete tan grande, toca al muñeco, le da vueltas, hasta que se decide. Se para por detrás y lo arranca a muchos tirones. Es pesado, lo acomoda a su espalda y los pies rectos van dejando dos surcos después de la sombra del niño.
Cuando llega, no va a su cuarto, sigue, bordeando la entrada, al cuartico de los trastos y arreos de su tío Juan. La puerta cede dándole dos vueltas al alambre. Entra sofocado de alegría a contemplar su muñeco embrujado. Su cara es hecha de saco, los ojos, dos botones prendidos y su boca pintada con jugo de tamarindo, se habré al final de los cachetes. Si hasta parece que en cualquier momento retumbará la carcajada. ¿Qué hacer para darle vida? Si alguno de sus amigos, estuviera aquí lo ayudaría a pensar.
Jesús va hasta una esquina y saca el par de botas de riego de su tío un pequeño esfuerzo y ya su hombre tiene zapatos, lo contempla fascinado. Te traeré una camisa nueva. -promete después.
La noche en el campo es maravillosa, en el pueblo la luna se esconde en los tejados y hasta se sienta en el campanario de la vieja iglesia, pero aquí, te mira y te mira y te dice un montón de cosas. La luna es una bailarina que ha salido tarde al escenario -dice la tía. Pero Jesús quiere que el sol asuste a la bailarina, para que se esconda detrás de las cortinas, él quiere ir al cuartico y estar un poco con su hombre de saco.
Los días pasan en puntillas de pie. Jesús desde su cama, al amanecer, escucha el movimiento de su tía en la cocina y el tío Juan que toma el café, parado frente a la ventana.
-Una nube de pájaros -dice el tío Juan- Se están comiendo toda la siembra.
-¿Por qué?- siente Jesús el murmullo de la grasa brincando en el sartén.
-Es que se han llevado el espantapájaros y no me explico quién pudo hacerlo.
Jesús siente un ahogo grande y salta de la cama, sus pies desnudos se detienen en la puerta abierta de la cocina.
-Yo tengo el hombre de saco tío.


Esa tarde el tío Juan ha traído un cajón grande y la tía ha estado atareada en la máquina de coser. Después que terminan de cenar, Jesús aún avergonzado, quiere irse a su cuarto a descansar, pero el tío no se lo permite. El tío y la tía se sientan detrás del cajón y cuando sus manos se levantan que sorpresa vienen vestidas con animalitos, un gallo, con su cresta roja y su piquito abierto, un perro con sus orejas gachas y la lengua fuera.
”Buenas noches”. Jesús escucha voces suaves y dulces. ”Jau jau” ladra el perrito. ”Kikiriquíííí”. Canta el gallito. ”Te haremos la historia del conejo que no quería tener amigos”. Las manos se refugian por un momento y reaparecen, pero esta vez con la chiva Tita y el conejo Tun-Tun.
Que contento está Jesús. Ahora tiene muñecos de verdad, que hablan, ríen y se mueven.
Y allá en medio del arrozal, rompiendo anhelos de niños, está el hombre de saco.

Por SRM