lunes, 19 de diciembre de 2011

EN LOS CAMINOS DEL AIRE

    La idea de volar se creció en el grupo, después que se posó en el estadio, el averrojo plateado más gordo y grande que ellos habían visto. ¡Todo un acontecimiento!
Los muchachos se retorcían por las paredes de cemento tratando de botar los ojos del otro lado y el policía que cuidaba la entrada, daba gritos para contener la masa que se le venía encima.
    Debido a un desperfecto en los motores aterrizó en el pueblo. Allí estuvo tres días. Suficientes, claro está, para que Toña y Ana hicieran el plano del avión que ellos tenían en proyecto.
    Después de clases, Pepe, Jesús y Ramón, con el firme propósito de llevar la tarea a cabo, merodeaban los alrededores del pueblo, para recolectar los materiales necesarios: pedazos de soga, nylon, puntillas y etc. Lo escondieron todo en el refugio del propio estadio, que sólo era concurrido muy de tarde en tarde, cuando algún pueblo vecino desafiaba al suyo para un juego de beisbol.
-En unos días terminaremos -dijo Jesús, convertido en el ingeniero de vuelo- Para el domingo estará listo- dictaminó después.
-¿No falta nada?- preguntó Ana entusiasmada por lo sencillo que había resultado.
-El timón, pero puedo conseguirlo- repuso Jesús.
-Me preocupa la cabina -dijo Pepe- No cabremos todos.
-Pero nosotras... ¡no queremos volar!- dijeron las niñas asustadas.
-Será para uno solo- explicó Ramón.
Todas las tardes marchaban al refugio y poco a poco, con ayuda de cujes, terminaron el esqueleto del ave que surcaría los espacios.
-Dicen que después de las nubes, todo es oscuro -aseguró Toña- Deben llevar una linterna, para que no tropiecen con las truchas.
-¿Truchas?
-Las hay grandísimas y no tienen espinas, porque no viven en el agua, que es la que las forma, así me dijo Paco el pinto y también que cuando hace mucho viento, se unen todas las nubes y es como si se acabara el mundo y después de ellas el sol alumbra tan fuerte que arranca las tiras de la piel y las personas quedan como esqueletos caminantes.
-Eso es, si logramos traspasar las nubes, que no es cosa fácil, imagínense infladas de agua, de tocarlas reventarán- dijo Pepe.
-Llevaremos sombrillas- afirmó Ramón.
-¡Será tan lindo volar! -suspiró Ana- Desde arriba se verá la iglesia, el parque, la playa y todas las ciudades del mundo, con sus edificios altos, tan pequeñitos, pequeñitos, que cabrían en un tablero de ajedrez.
    El avión fue terminado antes del plazo fijado. Ese día amaneció muy tranquilo. Ana y Toña se aparecieron con galletas y un cartucho de mamoncillos, Pepe trajo una linterna, Ramón una sombrilla y Jesús un cuchillo y un tira flechas (por aquello de las truchas).



    Con mucho esfuerzo sacaron del refugio el ave de sus sueños y lo escalaron hasta lo altísimo de las gradas, a un paso del vacío. A última hora se percataron que las alas no obedecían al timón, o sea, que éstas se movían independientes con una soga que atravesaba horizontal. Pero era una nimiedad, para apagar las ilusiones de verlo remontarse en el espacio.
-Ya está listo- dijo Jesús palmeando con la mano, gotas de sudor que resbalaban por su cuello.
    Era hermoso, con sus colores de madera seca, sus alas abiertas forradas de tela (mérito de Pepe que trajo unas cortinas viejas) y entre ellas, la cabina para una persona. Como detalle final, dos rueditas de velocípedo para el aterrizaje.
-¿Quién volará?- preguntaron las chicas, confiadas en que en ellas no caería la elección.
Los niños se miraron
-Los tres estamos dispuestos -dijo Pepe.
-Tiene que ser uno, bien que lo saben -aclaró Toña, como si ellos no lo hubieran pensado miles de veces -¡Que dé un paso al frente, el comandante de esta nave!
No se movieron los niños.
-¿Comandante has dicho?
-Puede que con los grados alguno se anime- sonrió la pícara.
-Podría ser yo... pero...- musitó Pepe.
-¡O yo!- exclamó Jesús rascándose la cabeza.
-Tendremos que dejar el vuelo para otro día -suspiró Ana- Ya tenemos el avión, pero falta lo más importante.
-¡Yo volaré!- al fin decidió Ramón y se sentó en la cabina.
    Por un momento Jesús y Pepe lo observaron con envidia ¿por qué no habrían montado ellos? Ya era tarde, ahora se quedarían en tierra mirando como el avión subía y subía tragando retazos del horizonte. Las niñas apresuradas por un posible arrepentimiento, acomodaron la carga entre las piernas del piloto.
-Tráeme el pomo aquel- pidió Ramón.
-¿Qué es?- preguntó Ana, divisándolo en una esquina.
-Mi lagartija, volará conmigo.
El animalito asustado apoyaba las manos en las paredes del cristal, mientras su cola se enrollaba en el fondo ambarino del pomo.
-¡Oh no! ¡No puede ser! -exclamó Jesús- Tiene mucho peso el avión, si sigues cargando cosas se caerá.
-Está bien -dijo Ramón quitándose los zapatos- En lugar de ellos irá la lagartija.
-No puedes volar sin zapatos -afirmó Ana- Quién sabe si en las nubes hay puntillas o piedras puntiagudas...
-Le prometí que la llevaría- explicó Ramón, sin saber que hacer -¿Y si dejo los espejuelos?-
-Perderás el rumbo, mejor en el próximo vuelo- trata de consolarlo Jesús.
-¡Vamos! ¡Vamos! no se demoren más -gritó Pepe desde la cola del avión- Ahora está haciendo aire.
-Quédate con ella -dijo Ramón a Ana- Si demoro mucho en volver, lava el pomo y échale moscas vivas.
-No te preocupes, la cuidaré- prometió la chica.
-¡Adiós amigos!- exclamó Ramón adoptando mucha seriedad -Ya pueden empujar.
    Los niños fueron hacia la cola y empujando, empujando, echaron el avión al vacío. Ana se sorprendió de no verlo al instante en el horizonte, Toña se puso las manos como visera buscándolo en las nubes cercanas. Pepe y Jesús, cerraron los ojos arrepentidos una vez más de quedarse y con la absoluta seguridad que al abrirlos, el ave dorada estaría más allá de su alcance.
Pero se oyó el estruendo abajo, como si se desgajara un edificio y un grito apagado, con sabor a escombros, los asomó por encima de los siete metros. Allí estaba Ramón, con el peso de maderas, telas y palos aplastando su cuerpo y con unos quejidos bajos, como pidiendo a las nubes que lo dejaran pasar.

    Ramón está en el hospital, con fracturas en ambas piernas y un brazo, tiene el cuerpo vendado y la cabeza envuelta en chichones. Con ayuda de almohadas puede sentarse junto a la ventana y observar por donde sale el sol, las piruetas de las nubes y por donde cae la noche. Ahora que puede recibir visitas, Ramón espera la llegada de sus amigos con impaciencia.
    Ellos sin embargo, han estado buscando por todo el pueblo un ramillete de globos, o mejor dicho, cinco globos, pero no de esos que cuando se inflan corren detrás de uno, no. Ellos quieren de los otros, los que salen en la televisión, que sujetos con un cordel, quedan paraditos, provocando al aire. Y miren que cosas, que el mismo Paco el pinto, le consigue los globos, inflados con aire caliente, dice él. Rojo, azul, amarillo, verde y el último pespunteado con todos los colores del pavo real.
-¡Ahora sí podemos hacerle la visita a Ramón!- exclama Toña.
También le han pedido a Paco el pinto, que escriba sus nombres en cada uno de ellos.
-El pespunteado es el más bonito -dice Jesús- Será el de Ramón.
    Y allá van con los globos y el pomo donde guardan la lagartija, hacia el hospital. Suerte que la enfermera, gorrito blanco, manos de espuma, se hace la de la vista gorda y los deja pasar a todos en burujón.
-Gracias, tía- dicen ellos.

    Ramón está solo ¡La carita de alegría que pone cuando los ve!
Todos lo besan, porque a esa edad aún no se extiende la mano.
-¿Cómo estás Comandante?- dice Ana radiante.
-El avión no voló- responde esperando un reproche.
-Eso lo sabemos- exclama Jesús -Pero hoy tenemos otro vuelo.
-¡Oh, no! -gime Ramón- Volar otra vez ¡no!
Los niños salen al pasillo y entran con las manos florecidas de globos.
-¡Qué lindos!- exclama admirado el enfermo.
-¡Y mira a quien traje aquí! -habla Ana sacando el envase de cristal.
-¡Mi lagartija! -ríe Ramón- ¿Le has dado de comer?
-¿No la ves más gorda? -pregunta Ana- Hasta un vestido le hice, pero la muy caprichosa no quiso ponérselo. Te ha extrañado mucho por el asunto ese de las moscas ¡No son tan fáciles de coger vivas!
-¿Y qué le has dado de comer?- pregunta preocupado Ramón, haciendo un esfuerzo en la cama para incorporarse.
-Pan mojado y caramelos ¡le encantan!
-¡Oh! -gime Jesús- ¡Pobrecita!
-¿De qué te quejas? no ves lo bien que se conserva- responde Toña.
-Bueno muchachos, ahora ¡la sorpresa!- avisa Pepe.
-¿Una sorpresa?-
-Sí, pero tienes que cerrar los ojos -dice Jesús- Voy a vendarte con este pañuelo.
-No es necesario, no miraré- afirma Ramón, pensando en algún pastel, escondido en los bolsillos de Pepe.
-Tú no, pero los ojos son muy curiosos y a lo mejor, hasta quieran mirar.
    Ramón apoya la cabeza en la almohada y deja que le venden mientras tanto Ana saca la lagartija y la escarrancha sobre la cama. Toña acerca los globos y el rojo y el azul son atados a las dos paticas delanteras, el amarillo y el verde a las dos de atrás.
-¿Y éste?- pregunta con el globo pespunteado.
-Por la barriga- dice Jesús.
Suavemente pasan el cordel por debajo y hacen un lazo alrededor del hinchado vientre.
-¡Ya está! Llévala a la ventana -dice Pepe.
Jesús desata el pañuelo.
-Ya puedes mirar- dice a Ramón.
    El enfermo busca la sorpresa por todas las esquinas, hasta que sus ojos chocan contra la ventana.
-¡Oh! ¡Mi lagartija!- exclama alegre y sorprendido.
Ana retira las manos del animal y una fuerza misteriosa la balancea primero y después la eleva, hasta que casi toca el techo. Los chicos piensan que la aviadora pretende maniobrar dentro del cuarto, pero de un golpe de aire, suave sale por la ventana, desafiando a los pájaros, en un vuelo eterno.

Por SRM

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