sábado, 17 de diciembre de 2011

PEPE Y LA ARAÑA CON ALAS


La tristeza es una araña con alas que nace en el corazón y cuando se cansa de vagar por los huesos, se asoma en los ojos y todo el tiempo aletea, aletea. Pepe siente la araña en su cuerpo, su huella húmeda y sus alas aleteando por saltar a la mañana. Y no hace nada, simplemente se está quieto y callado, ni siquiera abre la ventana para que reviente el sol en los rincones.
Anoche tuvo un sueño. Eran enormes caballos de crines rojas al viento, trotaban con furia y de los cascos saltaba polvo de estrellas. Su primera intención fue montar al más brioso y llegarse al infinito, allá a donde está mamá. Estuvo mucho tiempo corriendo tras ellos pero cuando se acercaba y estaba a punto de colgarse de sus colas, desaparecían en el poniente lejano. Ya había desistido de correr, se sentó sobre una nube y esperó a que volvieran para enviarles un adiós, entonces los caballos se acercaron despacio y se tragaron en sus ojos.
-¿Me llevas? -preguntó Pepe a uno.
-Vamos, hijo mío -respondió el caballo con voz de mamá.
Pepe retrocedió asustado, ¡mamá! Miró al otro caballo y en sus ojos, los ojos de mamá, y en el otro, el pelo de mamá y en el otro ¡todos eran mamá!
Ya hace tiempo de eso, quiero decir, de que mamá se fue. El padre dijo que demoraría en volver, pero nunca dijo que se quedaría. Pepe espera porque sabe que la muerte (que es un gigante con una pezuña en la frente) gusta de llevarse a los ancianos y a los enfermos, a los que están en la guerra y a los niños que cruzan la calle sin mirar el semáforo, el gigante tiene gustos peculiares pero a mamá ¿por qué habría de llevársela? Mamá estaba soñando en medio de muchas flores, (si hasta notó la sonrisa) cuando por última vez la vio. El guarda una foto de ella, así de pequeñita, en su escaparate.
Con papá es distinto. Un tiempo vivieron con la abuela, allá en el central. Y pasaba las horas leyendo las formas difusas de la locomotora, arrastrándose por la línea, como si fuera a marcharse tras ellas. Después volvieron a casa. Esperando la aparición por una ventana, la sonrisa en el jardín. Hasta que año después trajo a Gladis.
-Mira Pepe, ella vendrá a vivir con nosotros, cuidará de ti, te llevará a pasear, te hará pasteles y... -Papá dejó de hablar.
-¿Y se irá cuando vuelva mamá? -preguntó el niño.
Gladis es una muchacha muy buena. Pepe lo sabe.
Siempre está pendiente de sus deseos, lo mira con ojos de almíbar y la semana pasada le regaló un oso.
-No me gusta -dijo Pepe y lo lanzó al piso.
-¡Pobrecito!, no ves que puede golpearse -Gladis recogió al muñeco y lo sentó en la cama.
-¿Sabes de donde viene este pequeño?
-De la tienda- dijo Pepe y los cabellos rojos amenazaron con saltar de la frente.
-No, no, te equivocas. Me lo encontré ahora mismo en el patio. Si supieras lo que me ha contado.
-Los muñecos no hablan- respondió Pepe malhumorado.
-No hablan, si tú lo tiras a un rincón y no le prestas atención, en cambio si lo mimas, le das cariño y juegas con él, te contará muchísimas cosas.
Pepe ha comenzado a interesarse.
-Este osito viene de un país donde hay mucho frío, fíjate si es así, que cuando los niños lloran, las lágrimas se congelan en los cachetes y caen en pedacitos de hielo. El osito no le teme al frío porque cuando nació, su mamá le tejió un traje de terciopelo tan fuerte, que el hielo chorrea por su piel y no lo toca. El osito tenía una hermana que quería mucho, también tenía un papá y una mamá, todos vivían en una casa de hielo. Por las tardes el osito y su hermana salían de paseo y retozaban en la llanura blanca. Su mamá siempre les advertía que no se alejasen mucho de la casa. Un día los ositos contemplaban la caída de la tarde, temerosos que cayese sobre ellos, pero no, la noche quedó colgada por encima de sus cabezas, y las estrellas empezaron a asomarse desde el fondo del cielo. Así estaban, cuando una luz de repente atravesó el horizonte.
-¿Qué es? -preguntó la hermana.
-Un lucero -dijo el osito.
-¿Un lucero? qué bonito, quisiera tener uno.
El osito miró la luz que iba perdiéndose muy lejos y dijo: Te lo buscaré.
-No podrás, corre mucho -contestó la hermana.
El osito se levantó.
-Espérame aquí, correré más que él -y se alejó.
La hermana le esperó mucho tiempo. Cuando se disponía a marcharse, ya las estrellas estaban desteñidas y el sol casi, casi estaba montado en la línea del horizonte. De pronto sintió ladridos de perros, se asustó mucho la osita y corrió con fuerzas, pero el perro salvaje la alcanzó y de una sola mordida le oprimió el corazón. Este se derritió gota a gota en la nieve, después tiró de ella y se la llevó a su madriguera. Los padres y los demás hermanos los buscaron por todas partes. Cuando el viento cambió de rumbo y los hielos se hicieron más frágiles para caminar sobre ellos, la familia del osito marchó al sur y allí hicieron otra casa. Una tarde el osito regresó, en su boca traía una bola de fuego, venía muy cansado y se sorprendió que su hermana no estuviera esperándolo. Despacio fue hasta la casa, pero como no vio a nadie se sentó frente a ella y comenzó a llorar, fueron tan grandes los sollozos y los lamentos que la boca se abrió y la bola de fuego se escapó de nuevo al cielo y se perdió. El osito comprendió que se había quedado solo. Caminó y caminó, atravesó montañas, ríos, mares y esta mañana llegó a nuestro patio, lo encontré dormido sobre las rosas.
Los ojos del osito se derriten en el techo. Pepe lo acerca a él, con cuidado.
-¿Harías eso por una hermana?- pregunta Gladis.
-Sí, -responde Pepe hurgando en el cuerpo peludo.
-¿Entonces te gustaría tener una hermana? -de nuevo pregunta Gladis.
Pepe medita los inconvenientes que trae consigo el tener una hermanita, llantos en la noche, tendría que prestar sus juguetes y llevarla a pasear en el coche, compartir el cuarto y enseñarla a jugar ¡Ufff!
-No sé, tengo que decirle a mi papá -contesta.
-Bueno, aquí te dejo al osito ¿qué nombre le vas a poner?
-¿No te dijo como se llamaba? -extrañado indaga.
Gladis sonríe. Pepe quisiera que nunca lo hiciera, porque la sonrisa de ella es como una gaviota que abre las alas en busca de cariño y él no desea querer a Gladis.
-Sí, me dijo que se llamaba Lako.
Ahora Pepe no está solo, tiene a Lako, que sube a la ventana con él y allí se entretienen con el libro de cuentos. Es cierto que no ha querido hablar el osito, pero Pepe nota, cuando hojean las páginas de colores, la alegría de sus ojos al detenerse en un mismo dibujo: Las llanuras blancas del polo.
Ahora la araña, que es decir, la tristeza, no ha querido salir a los ojos, ha preferido quedarse sentada en el corazón.
Esta tarde Gladis entra en el cuarto con un paquete en las manos. Pepe sospecha que es un regalo.
-No lo quiero- dice y se va a la ventana.
-Es tuyo, debes cogerlo -responde Gladis y se marcha sin hacer ruido, dejando el paquete sobre la cama.

¿Curiosidad? Pepe se acerca, está a punto de tocarlo, pero repentinamente se aleja, da vueltas por el cuarto, va hasta la puerta y oye los pasos de Gladis en la cocina, vuelve a la cama y rápido desenvuelve el regalo.
Es ella, ¡mamá! grande, hermosa, en un lindo cuadro. Con sus ojos de decir muchas cosas, con sus labios de tantos besos, la misma mamá de siempre, la mamá de la foto chiquita. Aprieta el cristal contra su pecho.
¡Claro que vendrá!

Por SRM

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