Jesús ya tiene siete años, es un niño fuerte y casi obediente, más bien por esto sus padres permiten que visite la casa del tío Juan.
El tío Juan vive en el campo y el campo para Jesús, es un fantástico mundo de árboles y animales encantados. Cuando nació y quedó perplejo de los muchos colores que saltaban en todas partes, no imaginó que el amanecer en casa del tío Juan, sería aún más hermoso.
En los libros, los dibujos estaban cosidos a las páginas y los colores, aunque brillaban no tenían cuerpo para moverse y brincar. Pero allí sí, podía incluso, atraparlos y llenar los ojos todo el tiempo que quisiera.
-¿Por qué se mueve el sol, mamá?- preguntó un día.
- Porque hay un duendecito que lo tiene atado a un cordel, así como a un papalote y lo va empinando y empinando, hasta que cae por el otro lado.
Pero Jesús sabe que el sol, no se puede atar, que va caminando todo el día, porque quiere iluminar las aulas de las escuelas, bañar los parques y las calles, y cuando se va, no es porque está cansado sino que asoma por la otra cara del mundo a despertar a otros niños que están durmiendo en lugares muy remotos.
En todas partes el sol, retozón por las ventanas, haciendo piruetas por las paredes, caminando con él y su tío Juan que trae un caballo blanco para cabalgar hasta la cooperativa.
-Esto es un sembrado de frijoles- dice el tío.
Son soldaditos verdes, todos en una formación perfecta, si hasta puede verle sus fusiles levantados al viento y el lejano saludo de sus hojas.
Después los campos de tomates, como gotas de acuarela en la tierra húmeda y los boniatos, tejiendo, tejiendo en todas direcciones, en una madeja infinita. Y los cerdos, grandotes, rosados, escondiendo de vergüenza, sus hocicos en la tierra. Pero también los hay blancos, allá en el poniente y es una lástima que corran tan rápido, asustados por aquel oso, que quiere atraparlos, pero el viento es bueno, sopla fuerte y casi, casi llega, pero no, la cabezota se deforma, las patas se separan y he aquí, que ahora es un bello corcel. Y quien sabe, si Jesús tuviera tiempo de seguir observando, vería los cerditos blancos galopando en la llanura recién lavada del cielo.
El tío Juan está apurado y sólo le enseña una parte de la cooperativa, pero otro día vendrán y se reunirán debajo de los árboles a almorzar con sus compañeros de trabajo.
Cuando regresan, Jesús pide al tío que lo deje, antes de llegar a casa; le gusta respirar a sorbos el camino y está pensando en algún pajarito que pueda encontrarse. El tío Juan se aleja porque sabe que después del campo de arroz, está la casa y porque piensa que el niño será muy feliz sintiéndose dueño de todos los encantos de la mañana.
Solo. Jesús con sus ojos de mirar horizontes, descubre al hombre en medio del arrozal. Tiene un sombrero viejo, un pantalón raído y sus manos abiertas, parecen preguntarle algo. Se acerca, ¿quién será? Los pasos de siete años se detienen ante la figura muda y cansada, sabe que no es un hombre de huesos y de piel como él y los demás, que es un muñeco. En su cabecita despierta la idea de tenerlo para sí. Quizás pueda hacer que se mueva y hable. Jesús no ha tenido un juguete tan grande, toca al muñeco, le da vueltas, hasta que se decide. Se para por detrás y lo arranca a muchos tirones. Es pesado, lo acomoda a su espalda y los pies rectos van dejando dos surcos después de la sombra del niño.
Cuando llega, no va a su cuarto, sigue, bordeando la entrada, al cuartico de los trastos y arreos de su tío Juan. La puerta cede dándole dos vueltas al alambre. Entra sofocado de alegría a contemplar su muñeco embrujado. Su cara es hecha de saco, los ojos, dos botones prendidos y su boca pintada con jugo de tamarindo, se habré al final de los cachetes. Si hasta parece que en cualquier momento retumbará la carcajada. ¿Qué hacer para darle vida? Si alguno de sus amigos, estuviera aquí lo ayudaría a pensar.
Jesús va hasta una esquina y saca el par de botas de riego de su tío un pequeño esfuerzo y ya su hombre tiene zapatos, lo contempla fascinado. Te traeré una camisa nueva. -promete después.
La noche en el campo es maravillosa, en el pueblo la luna se esconde en los tejados y hasta se sienta en el campanario de la vieja iglesia, pero aquí, te mira y te mira y te dice un montón de cosas. La luna es una bailarina que ha salido tarde al escenario -dice la tía. Pero Jesús quiere que el sol asuste a la bailarina, para que se esconda detrás de las cortinas, él quiere ir al cuartico y estar un poco con su hombre de saco.
Los días pasan en puntillas de pie. Jesús desde su cama, al amanecer, escucha el movimiento de su tía en la cocina y el tío Juan que toma el café, parado frente a la ventana.
-Una nube de pájaros -dice el tío Juan- Se están comiendo toda la siembra.
-¿Por qué?- siente Jesús el murmullo de la grasa brincando en el sartén.
-Es que se han llevado el espantapájaros y no me explico quién pudo hacerlo.
Jesús siente un ahogo grande y salta de la cama, sus pies desnudos se detienen en la puerta abierta de la cocina.
-Yo tengo el hombre de saco tío.
Esa tarde el tío Juan ha traído un cajón grande y la tía ha estado atareada en la máquina de coser. Después que terminan de cenar, Jesús aún avergonzado, quiere irse a su cuarto a descansar, pero el tío no se lo permite. El tío y la tía se sientan detrás del cajón y cuando sus manos se levantan que sorpresa vienen vestidas con animalitos, un gallo, con su cresta roja y su piquito abierto, un perro con sus orejas gachas y la lengua fuera.
”Buenas noches”. Jesús escucha voces suaves y dulces. ”Jau jau” ladra el perrito. ”Kikiriquíííí”. Canta el gallito. ”Te haremos la historia del conejo que no quería tener amigos”. Las manos se refugian por un momento y reaparecen, pero esta vez con la chiva Tita y el conejo Tun-Tun.
Que contento está Jesús. Ahora tiene muñecos de verdad, que hablan, ríen y se mueven.
Y allá en medio del arrozal, rompiendo anhelos de niños, está el hombre de saco.
Por SRM
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