lunes, 19 de diciembre de 2011

Ramón busca un Oricha


    Ramón es el chico morenito de mi historia. Es inquieto, hablador y tiene el don de prever las cosas más fantásticas que pueden sucederle a cualquiera.
En el barrio donde vive, algunos niños le dicen cuatro ojos, porque usa espejuelos. Ramón no les hace caso, porque son niños que se burlan de los defectos de los demás, y eso no está bien, dice la abuela.
    La abuela de Ramón es una viejecita adorable. Por la mañana huele a dulces, cebollas fritas y potajes, por la noche, en cambio huele a tabaco y a cuentos para él. Tal pareciera que de cada arruga brotaran serpientes, elefantes, gigantes hormigas y príncipes valientes para reunirse junto a la cama y caminar con ellos, hasta la hora de dormir.
    En un rincón del cuarto de la abuela, hay una mesita colgada del techo llena de objetos extraños. Ramón siempre que entra, se queda un poco temeroso. Campanillas, un colmillo grande, una corona de papel blanco brillante, un vaso de agua, un plato con merengues, ¡tan ricos que son! piensa Ramón. En medio de todo esto, rodeada de algodón está una paloma, que parece viva y que mira siempre a una misma dirección.
    La abuela le ha prohibido acercarse a ella.
-El Oricha no se puede tocar- le dice
-¿Qué es un Oricha?- pregunta Ramón
-Es Obbatalá, el dios de la justicia, el guía de la verdad.
-¿Qué es un dios?
    Abuela no se impacienta con las preguntas del niño, lo lleva hasta una silla y lo sienta sobre sus rodillas.
-Un dios es un rey, cuando la calabaza del mundo, se partió en dos, a Obbatalá le perteneció la parte de arriba. Obbatalá es el comienzo de todo.
-¿Y por qué lo tienes aquí?
-Porque es mío- dice la abuela.
    Ramón está preocupado. Su abuela tiene un Oricha, un collar blanco, de perlas grandísimas y se viste con ropas blancas, de vuelos grandotes.
-¿Y por qué yo no tengo?
   La abuela se ríe y su cara se hace manantial de aguas puras.
-Eres pequeño, algún día lo tendrás.
    Pero Ramón no se conforma, él quiere tener un Oricha, ponerlo en su cuarto, para que lo guíe, le diga la verdad y le enseñe los caminos; Quiere vestirse siempre de un mismo color y también tener un collar.
    Hace días que Ramón está buscando un Oricha, piensa que cuando lo encuentre, estará más seguro y verá la vida desde una bola de cristal. Quizás sea un caracol o una lagartija ¿cómo saberlo?
Ramón hace un camino de diminutas piedras desde el jardín hasta el fondo del patio, las hormigas avanzan lentamente por él. Le gusta hacer cosa útiles, ahora las hormigas no hundirán sus patas en el lodo cuando llueva. Ramón oye gritos en la calle, se asoma, ve a los muchachos que vienen corriendo y se esconde rápido detrás de la columna, son los niños que le gritan siempre.
   De todas formas lo descubren.
-¡Hey! ¡Cuatro ojos sal de ahí!
-¡Negrito miedoso!
-¡Cuatro ojos! ¡Cuatro ojos!
    Y siguen calle abajo, corriendo, empujándose, sin importarles el tráfico y la gente. Son malos, piensa Ramón, quizás si yo tuviese un Oricha que me proteja, no se atreverían a gritarme. Podría decirlo a mamá y a papá, ¡Pero que va!, él no es cobarde.
Ramón se sienta junto a la vereda de las hormigas, piensa, piensa. Se le ha ocurrido algo. Se levanta decidido. Ya verán mañana esos grandulones, les dice a sus hormigas.
    La mañana es asfixiante. Ramón riega en el jardín las plantas de mamá. El sol no ha querido moverse de donde está, tira los rayos con enojo y parece que no tiene apuro en irse, la tierra pobrecita, gime reseca con tanto calor. Ramón siente el murmullo con que traga los chorritos de agua que brotan de la regadera.
Por la ventana de la cocina sale una canción.

Quién no me quiera
se volverá una rana
y saltará,
saltará,
saltará
Se volverá un mono
de una sola pata
y cojeará,
cojeará,
cojeará.

    La abuela sabe que a Ramón le gusta esa canción, el niño la tararea: saltará, saltará y cojeará, cojeará.
   Siente Ramón gritos en la calle. Ahí están los grandulones. Se pone cerca del montón de piedras que ha traído desde el patio y sigue regando las plantas. Las piernas corren y los gritos se detienen un poco más allá del jardín. Es extraño. No han gritado hoy -piensa Ramón. Deja la regadera y se asoma. Allí están. Han hecho un círculo a una niña llorosa que aprieta contra su pecho, unos libros.
-Es mío, no se los voy a dar- grita la niña.
Uno de ellos se acerca y la empuja, el otro trata de abrirle los brazos, la niña cae al suelo.
Ramón está sorprendido ¡maltratando a una niña! No lo piensa mucho, se acerca a la pila y toma puntería ¡Pum! ¡Pum! Llueven las piedras. Los muchachos miran a todos lados.
-Por allí, es cuatro ojos- dice uno.
    La niña se levanta y se aparta un poco. Los grandulones ya la han olvidado, ahora recogen las piedras y las lanzan de regreso al jardín, rebotan en las paredes, en las columnas, pero no alcanzan a Ramón.
-¿Qué pasa, qué pasa?- el revuelo de la falda blanca se asoma en el jardín -¿Qué están haciendo?-
Es la abuela. Los muchachos se detienen y echan a correr, el último se ha acercado a la niña y la empuja de nuevo. Esta vez no cae, pero los libros saltan de sus manos y se desparraman por la acera. Una última piedra le da en una pierna y al fin corre tras los otros. La abuela sale a la calle.
-¡Qué barbaridad! muchachos malcriados ¿te han hecho daño? -pregunta.
Ramón se acerca y en silencio ayuda a recoger los libros. La niña de nuevo llora.
-Tranquilízate. Ya se fueron. Ven, entra, no puedes llegar a tu casa llorando- dice la abuela y la toma por la mano.
    Ramón recoge las piedras dispersas y de nuevo forma la pila. La abuela de seguro lo regañará más tarde y se lo contará a sus padres. Se sienta en el muro del portal a horcajadas. Al rato la niña sale.
-Querían cogerme el libro que me regaló papá- dice
-¿Es lindo?- pregunta Ramón sin mucho interés.
La niña se sienta con él, en el muro.
-Sí, míralo.
    Busca entre las libretas y lo pone encima de las piernas de él. Ramón no ha visto cosa igual, las páginas son duras y brillantes como espejos, hay muchas figuras, leones, jirafas, flores, estrellas, también un tren largo, largo y enjambres de automóviles. Queda maravillado. ¿Cómo un libro puede tener tantas cosas lindas?
-Tiene cuentos también- dice la niña.
-¿Y qué dicen los cuentos?- pregunta Ramón moviendo las hojas.
-Todas las cosas buenas y malas del mundo.
-¿Todas? ¿Todas?
- Todas.
    He aquí un descubrimiento -piensa Ramón.
-¿No sabes leer?
-No- contesta Ramón entristecido.
-Cuando vayas la escuela aprenderás- dice la niña liberándose de los zapatos -Te voy a leer algunos-.
    Ramón mueve la cabeza y su sonrisa es un cascabel dibujado en las láminas de espejo.
-Había una vez... lee la niña. Y Ramón sigue con atención el semillero de letras apretadas. Cuando termina una hoja, la niña con esmero mete el dedo en la boca, lo moja bien y después lo pega a la puntica final para voltearla, a Ramón le parece un gesto de mucha elegancia. ¡Pero qué fantástico! ... Ramón casi ni respira, cuando el leopardo abre la boca para comerse al conejo, es cuando llegan sus amigos y entre todos vencen al leopardo.
-¿Otro cuento?
-Otro. -pide Ramón.

    Y la niña lee y lee, Ramón no se cansa de escuchar. Ahora son tres monos que por no obedecer al jefe de la manada se pierden en el bosque. Ramón mena la cabeza con disgusto, ahora se los comerá el leopardo, piensa, pero no, caen en un profundo hueco y pasan toda la noche llorando de hambre y frío, hasta que la manada los encuentra. Ramón suspira aliviado.
    La niña cierra el libro.
-Tengo que ir a almorzar- dice.
Los ojos de Ramón van del libro a la niña, de la niña al libro. No desea que ella se vaya, quiere seguir escuchando y ver las figuras.     
    La niña se baja del muro y busca los zapatos.
-¿Quieres que te lo preste?-
Que alegría la de Ramón ¡Claro que quiere!
-Yo vivo en la otra esquina -dice la pequeña-. Mañana cuando salga de la escuela vengo a leerte más cuentos, pero tienes que cuidarlo.
-Sí, sí- responde Ramón muy serio.
    La niña se rasca la cabeza, lo mira y sale del portal con la mano extendida.
-Ven mañana- pide Ramón
    Después sigue con la vista la figurita que se pierde al final de la calle. Ramón piensa, piensa que...
Rápido entra a la cocina donde la abuela está terminando el almuerzo.
-Abuela ya encontré mi Oricha- dice con júbilo escondiendo el libro tras la espalda.

Por SRM

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