Los niños se han reunido en casa de Ana
y Toña. En la cocina está encerrado el duendecito de olor, que de rato en rato
se filtra por la ventana y se tira de cabeza hacia el patio. Ellos no lo
ven porque se disfraza con el aire de la tarde, pero sí lo sienten.
-¡Pastel de chocolate!- dice Toña.
-¡Panetela de galleticas!- exclama Pepe.
-Parece que es pudín de coco- asegura Ramón.
-¡Que va! es un pudín de caramelos- observa
Ana.
-¡De maní! ¡Un dulce de maní!- suspira
Jesús.
Mamá ha querido proporcionarles una sorpresa
y les ha prohibido entrar a la cocina.
Esta vez los niños están inquietos, no por el pastel, porque saben que de todas
formas estará exquisito. Les preocupa la competencia, claro que esto no lo sabe
mamá, pero ellos desde la tarde anterior habían pensado en reunirse y ver cuál
de ellos decía la mentira más grande. La idea fue de Ana. Nos pondremos a
prueba con la imaginación- dijo.
Ramón pidió consejo a su abuela esa misma noche.
-¿Cuál es la mentira más grande?- le
preguntó.
-¿Para qué quieres saber? -contestó la
abuela echando una bocanada de humo- Los niños no dicen mentiras.
-Quiero ganarle a mis amigos- explicó Ramón.
La abuela se le quedó mirando pensativa.
-La mentira más grande, es la que más daño
haga- dijo.
Ramón achicó los ojos ¿Una mentira que haga
daño? Se retiró a su cuarto y prendió los ojos en el techo. Su abuela no
entendía de eso, pensó. Ayer había dicho a su mamá que se había tomado la leche,
sin embargo se la dio al gato que gritaba de hambre. Había mentido y no le
había hecho daño a nadie, más bien creyó hacer un bien con el pobre animalito hambriento. ¿Cómo
entender a la abuela entonces?
Jesús llegó a su casa y le preguntó a su papá que leía el
periódico:
-Papá, dime una mentira que sea grande, muy
grande.
Su papá no levantó la vista de la hoja.
-Todas las mentiras son grandes- respondió.
-¡Dime una!- pidió.
-Hay muchas, en la vida hay cientos de
mentiras- cerró el periódico.
-Pero es mejor preocuparse por la verdad.
El padre se levantó y fue a bañarse. Jesús
hojeó un buen rato el periódico, con el pensamiento en un mar de confusión.
Toña y Ana dedicaron su tiempo a pensar
-¡Ya tengo mi mentira!- dijo Toña.
-¡Yo también la mía!- sonrió Ana.
-Te aseguro que la mía es mejor que la tuya-
dijo Toña, estirándose en la cama.
-¿Cómo lo sabes? ¡A ver di la tuya!
-¿Y por qué tendría que decírtela?
-Porque si la mía es mejor, tendrás tiempo
de inventar otra cosa.
-¡Eso es
verdad! -advirtió- Bueno, un día estaba mirando la televisión y estaba tan
aburrida, pero tan aburrida, que lancé la chancleta a la pantalla y saltó
tremenda cantidad de vidrios. Cuando me fijé en el piso, todos los artistas y
locutores, así de pequeñitos se revolcaban adoloridos, inmediatamente los cogí
uno por uno, teniendo mucho cuidado de halarlos por el pelo y los eché en la
pecera. Fue como si se movieran detrás de una pantalla de agua, de nuevo
crecieron y...
-¡No sigas! ¡Me has robado la idea!- gritó Ana.
-¿Qué pasa?, ¿No te gusta?
-¡Es que en eso mismo he pensado yo!
-¡Oh! ¡No puede ser! -exclamó Toña en el
colmo del asombro- ¡No se lo he dicho
a nadie!
-Pues inventa otra cosa, porque esa mentira
es mía ¡la inventé yo!- repuso Ana enfadada.
-¡Que fui yo!- levantó la voz Toña.
-¡Que yo fui!- más alto aún gritó Ana.
Menos mal que la mamá llegó a tiempo de que
no se tiraran las almohadas a las cabezas.
Pepe no lo consultó con nadie, desde que la
idea había surgido en el grupo, ya él tenía algo que decir.
El perrito Sultán corre entre ellos y de
vez en cuando sigue con la cabeza el movimiento del columpio, ram-ram-ram.
Cuando Ana no tiene visitas, lo carga y se impulsan hasta tocar las hojas de la
mata de mango, pero hoy, Ana no quiere juegos porque viste una bata blanca y
teme ensuciarla.
-Bueno -dice Toña- Yo creo que debemos
empezar ¿eh?-
-Estoy pensando que tu mamá debe estar aquí
para que diga quién es el ganador- sugiere Pepe sentándose con los demás.
-No, no, nosotros decidiremos- le refuta
Ana.
-¡Es lo mejor!- afirma Ramón.
-¿Quién comienza?- indaga Jesús.
-Yo, yo -responde Pepe y todos escuchan con
ojos de no perderse un detalle- Iba caminando por la calle entretenido con los
charcos de agua y de pronto tropecé, cuando miré hacia arriba vi un hilo color
verde frente a mí, lo cogí y comencé a halar y a halar, como no tenía fin, me
subí por él para averiguar dónde estaba la otra punta. Tuve que subir mucho,
mucho, estando tan alto miré para abajo y mi casa era como una caja de fósforos
y los carros, mosquitos volando. Cansado me detuve, cerré los ojos un rato y el
hilo se empezó a mover para arriba, para abajo y pueden creer que me estaba
meciendo de un polo al otro.
-¿Un polo?- pregunta Ramón.
-Sí, hasta vi los osos, arriba osos blancos.
-¿Y abajo?- indaga Ana.
-¿Abajo? eran negros naturalmente. Entonces
se me ocurrió la idea de mecerme de lado a lado y ver qué había por esos
lugares, moví el hilo y nada, que había agua por aquí y agua por allá.
-¿Por las dos partes?- le interrumpe Ramón.
-Por las dos.
-Interesante- apunta Ana.
-Ya terminé ¿Qué les parece?- dice Pepe
sonriendo.
-No está mal -declara Ana- Ahora escuchen mi
relato ... Resulta que salí de mi casa y cuando miré a mi izquierda, en lugar
de estar la casa de la vecina, había una
casa exactamente igual a la mía, enseguida fui, abrí la puerta y la sala era
idéntica, cuando llegué a la cocina allí estaba mi mamá y en los cuartos todo
era igual, asombrada salí de esta segunda casa y de nuevo miré a mi izquierda y
había otra casa igual que la mía e idéntica a la segunda casa. Otra vez entré y
hasta en el patio Sultán dormía en su casita, fui a mi cuarto y en la gaveta
del escaparate estaba mi colección de sellos y la mariposa disecada, igual,
igual, igual. Entonces salí y estuve entrando y saliendo de las tres casas al
punto que me olvidé cual era la verdadera y ¡que sorpresa! parada en la calle,
como mismo estaba yo, estaba una niña
rubia igual a mí. Todavía no sé si yo soy yo, o si me cambiaron y soy la copia.
-Pero ¿Cómo es posible que no sepas quién
eres?- pregunta Pepe con sus ojitos abiertos a más no poder.
-¡Tonto! ¡Que estoy mintiendo! -ríe Ana-
¿Qué les parece?
-Bien, y yo creo que mejor que no aparezcan
las otras dos porque si no- suspira Toña.
-Ahora me toca a mí -dice Ramón, rascándose
la cabeza- La semana pasada estaba jugando en la calle y un camión se parqueó
frente al portal. El chofer se bajó y entró en una casa, entonces yo empecé a
darle vueltas y noté que se le estaba saliendo un líquido amarillo del motor.
-¿Gasolina?- pregunta Jesús.
-¡Déjame terminar! -impaciente Ramón- Metí
el dedo, chupé y era miel ¡que rico! me puse debajo y me tomé toda la miel, por
casualidad abrí la puerta y pasé la lengua y ¿adivinen? era chocolate, me la
comí, seguí con la otra puerta, con el capó, con los asientos, con el techo
¡Todo era chocolate! las gomas sin embargo eran de café, pero también me las
comí. Cuando terminé hasta con los tornillos, me fui para la avenida y cuantos
carros pasaban, le ponía una zancadilla y ¡saz! me lo comía, claro que no todos
eran del mismo sabor, por ejemplo los automóviles chiquitos sabían a menta, los
ómnibus a chocolate, las rastras a fresa, las máquinas a vainilla y las bicicletas ¡oh! ¡No la prueben nunca! porque
saben a aceite de ricino, ¡sólo me comí una y por poco me muero! me di un gran
banquete, sobre todo con tantas gomas, con decirles que en dos días acabé con
todo el transporte del pueblo.
-¡Hum!- murmura Toña.
-Así que si salen ahora a la calle, verán a
la gente caminar a pie y en bicicleta, ya se imaginan el daño que hice -Exclama
Ramón recordando lo que su abuela le había dicho.
-Menos mal que no te dio por comerte las
casas -dice Ana zafándose el lazo de sus
trenzas rubias.
-Ya te hemos escuchado -habla Toña- Ahora me
toca a mí- Mira para todos lados como buscando algo perdido -¡He inventado
tanto que no sé qué voy a decir!
-Que hable Jesús- propone Pepe.
-No, no, ya me estoy acordando -toma aire-
Un día estaba aquí en el patio y al lado de la mata de mango había un gusano
abriendo un hueco en la tierra, parece que estaba muy dura para él, porque se
sentó, cruzó los brazos y me hizo señas para que le ayudara, yo enseguida fui y
empecé a escarbar y escarbar, estuve tres días cavando con las manos e hice un
túnel largo, largo, llegó un momento que no había más tierra, entonces miré
para todos los rincones y vi muchas muñecas acostadas en enormes pilas, pero
ninguna tenía ojos y eso me llamó mucho la atención. Seguí caminando y por
todas partes había muñecas sin ojos ¡que feas con los huecos vacíos! De pronto
escuché un grito y cuando llegué al lugar de donde había salido, encontré una
niña gorda, gorda, con cinco ojos en la cara o mejor dicho cosidos en la
frente, que con un cuchillo le arrancaba los ojos a una muñeca y los colocaba
en un saco. ¡Tenía un saco lleno de ojos de muñeca!
-¿Por qué lo haces? -le pregunté.
-Me gusta tener muchos ojos para mirar todas
las cosas -respondió.
-Yo tengo sólo dos y puedo ver todas las
cosas- le volví a decir.
-No puedes ver lo que está pasando en otro
país, por ejemplo.
-Es cierto, déjame ver- le dije cogiendo el
saco en mis manos.
-Ten cuidado que no se salga ninguno- respondió
y tomó otra muñeca para hacerle lo mismo.
Cuando escuché el grito de dolor, cargué el
saco y me fui corriendo para la salida. La niña gorda corrió tras de mí, pero
no pudo alcanzarme porque de repente todos los cuerpos sin ojos de las muñecas,
se le interponían para no dejarla avanzar. Me ayudó a salir el gusano que le
había crecido una barba blanca por lo mucho que había esperado. Rápida tapé el
hueco, abrí el saco y con fuerzas lo lancé hacia arriba. Todos los ojitos de
muñecas se prendieron en la noche y se convirtieron en estrellas.
-¿Son las estrellas que alumbran en el
cielo?- pregunta Ana incrédula.
-¡Esas mismas!- responde satisfecha Toña.
-¡Muy bonito!- dice Pepe.
-¡Una buena mentira! -exclama Ramón- Pero
todavía faltas tú, Jesús.
-Sí, falto yo.
-¡Pues habla!- exclama Ana ansiosa.
Jesús pierde la mirada por encima del
tejado.
-No habrá juguetes de guerra, todos los
juguetes del mundo serán enterrados en el desierto.
-Sigue- le apura Ramón.
-No hay más- explica Jesús.
-Pero qué es eso- pregunta Toña -Es una
mentira tonta, yo no podré vivir sin mi... mi...
-Ni yo, sin mi ametralladora y mis cañones
de miniatura- le interrumpe Pepe.
-Tampoco yo, sin mi submarino y mis
pistolas- enojado dice Ramón.
-¡Por alguien debe empezar! -medita Jesús
sin hacer caso- Quizás los mayores hagan lo mismo -afirma convencido- Ya sus
juegos se están haciendo pesados.
El silencio en los adultos, es una forma de
evadirse de ciertas situaciones, en los niños, el silencio es producto de un
volcán de ideas, que pelean por salir primeras y tal es la batalla, que ninguna
logra vencer, entonces, abren muchos los ojos y no dicen nada.
Así los encontró mamá, cuando abrió la
puerta con el pastel en la mano.
-Qué pasa niños ¿No quieren probarlo?
-Sí mamá -dice Ana- Pero sírvele el pedazo
más grande, más grande a Jesús- suspira triste la niña.